CRISTIANISMO Y NO-VIOLENCIA
El panorama presentado en el capitulo II muestra en todo momento vinculaciones evidentes entre el Cristianismo y la no-violencia. Ahí está el fundador mismo, Jesucristo, invitando a no resistir a los malvados y predicando con el ejemplo al pedir, desde la cruz, a su Padre que perdone a sus verdugos "porque no saben lo que hacen". Están ahí sus apóstoles, que mueren mártires la mayoría de ellos, y los primeros cristianos negándose a empuñar las armas y aceptando morir torturados con una determinación que asombra. Ahí está San Francisco de Asís renunciando a toda violencia en un mundo de cristianos que acaban de sacralizarla categóricamente a través de las Cruzadas, (a las que había ido el propio Francisco antes su cambio espiritual que lo llevó a despojarse de todo y a tratar de vivir como vivió Jesús). Estos ejemplos deben tenerse presentes en este capítulo, pero no se profundizan más, a fin de poder aludir a algunos otros que mostraron una actitud de rechazo a la violencia y una marcada opción por medios espirituales.
Hay un poema de Clemente de Alejandría, del siglo II, que merece citarse:
"Ahora resuena la poderosa voz de la trompeta,
llamando a las armas a los soldados del mundo,
anunciando la guerra.
Pero Cristo, que ha lanzado sus llamadas de
paz hasta los confines de la Tierra,
¿No reunirá a sus soldados de paz?
Sí, he aquí que con su sangre y con su palabra
llamó a las armas a un ejército que no derrama sangre.
A estos soldados entregó el Reino de los Cielos.
La trompeta de Cristo es su Evangelio.
La hizo resonar en nuestros oídos
y la hemos escuchado.
Armémonos para la paz, revistamos la armadura de
la justicia, empuñemos el escudo de la fe,
el yelmo de la salvación;
y afilemos la espada del Espíritu
que es la Palabra de Dios.
Así nos prepara el Apóstol
pacíficamente para el combate.
Armas son éstas que nos hacen invulnerables.
Así armados, preparémonos para combatir al Maligno.
Rechacemos sus furiosos asaltos
con el acero que el Verbo mismo templó
en las aguas del bautismo.
Respondamos a la bondad de Dios
con la alabanza y la acción de gracias.
Honrémosle repitiendo sus palabras divinas:
Me invocas todavía -dice el Señor- y heme aquí." (1)
Como puede apreciarse a través de este texto notable, el lenguaje militar predomina desde un punto de vista formal. Sin embargo, su contenido no admite dudas: se trata de prepararse para un conflicto donde Cristo participará con "sus soldados de paz", llamados por él "con su sangre y su palabra" a formar "un ejército que no derrama sangre" y que se alista para combatir para "la paz" con instrumentos como "la justicia", "la fe", "la salvación", "la Palabra de Dios", armas todas "que nos hacen invulnerables".
Según Windass, "este tema del combate espiritual dio origen a vigorosas ideas morales que ejercieron una influencia duradera sobre la conciencia de la cristiandad. Una de las más importantes fue la repulsa de todo derramamiento de sangre y la condena de los pecados de odio y de cólera, considerados como fuente de todos los conflictos humanos". (2)
El mismo autor sigue describiendo la actitud básica de los primeros cristianos:
"No se hacía distinción alguna entre la moral pública y la moral privada; el hecho de que una acción se realizara en nombre del Estado no modificaba su calificación moral. Las ejecuciones públicas eran para un cristiano tan inmorales como cualquier otro homicidio; asistir a ellas y recrearse en ellas no era mejor que ser testigo aprobador de un asesinato privado.
"Esta actitud no era sino el lado negativo de una enseñanza muy positiva derivada del Sermón de la Montaña. Los primeros cristianos se consideraban obligados a amar a sus enemigos, a responder a las maldiciones con oraciones, a la violencia con la mansedumbre; actuando así, desplegaban una fuerza más grande que la de sus enemigos, la fuerza de Cristo triunfante que había vencido así a las fuerzas del mal en el Calvario." (3)
Vistas así las cosas puede decirse que a lo largo de los siglos los cristianos han adorado, cada vez que han recordado en sus liturgias el hecho del Calvario, sin tener plena conciencia de ello tal vez, el sacrificio de Cristo, o sea, un camino no-violento seguido para vencer a las fuerzas del mal. Y han proclamado siempre que el intento tuvo éxito, puesto que han creído que Cristo resucitó, que tuvo una victoria categórica, definitiva, sobre el mal, sobre la muerte y el pecado.
Un espíritu que nunca murió
El espíritu de los primeros cristianos no murió nunca totalmente, aunque fuese asfixiado por largo tiempo. Aún en los momentos de mayor exaltación de la violencia por parte de los mismos cristianos, hubo algunos que siguieron la huella del pacifismo primitivo.
San Agustín, por ejemplo, que en algunos escritos justificó la guerra -poniéndole condiciones, naturalmente- y contribuyó como pocos a la imposición de la teoría de la guerra justa, escribió al final de sus días:
"Que todos los que meditan con dolor todos estos males tan horribles, tan crueles, reconozcan que la guerra es una calamidad; y si alguno los soporta o piensa en ellos sin sentir un dolor moral, su suerte es más triste todavía, ya que si se cree feliz es únicamente porque ha perdido todo sentimiento humano." (4)
Y en una carta escrita a un tal Darío, que había hecho la paz con los vándalos sin dar una sola batalla, y que contiene sus últimas palabras sobre la guerra, San Agustín le dice:
"Los que combaten, cuando son buenos, buscan ciertamente la paz; mas lo hacen derramando sangre... Más alta gloria es matar a la propia querra gracias a la palabra de Dios que matar a hombres con la espada, y es preferible mantener la paz por medio de la paz que hacerlo por medio de la guerra." (5)
Subsisten también pequeñas sectas que defienden ideas pacifistas, mientras las órdenes religiosas, en su inmensa mayoría, igualmente cultivan el espíritu no-violento de la Iglesia primitiva y, cuando más, aceptan que los seglares hagan la guerra, pero sin comprometerse ellas en el conflicto bélico.
Lo anterior implica que una figura como San Francisco de Asís, ya mencionada en el capftuio II, forma parte, quizá culminante en su época, de toda una corriente espiritual que nunca murió. El santo de Asís, por lo demás, contribuyó a darle un nuevo impulso, lo que está testimoniado por el gran eco que tuvo su paso por el mundo y por los muchos seguidores que ha tenido desde entonces.
En el terreno de las ideas las cosas caminan con más lentitud. Recién en el siglo XVI, con los humanistas, se inicia una vigorosa ofensiva contra el culto de la guerra a través de una crítica penetrante. Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro, Vives, Colet, son algunos de estos hombres que rechazan la guerra.
Podrían citarse muchos más, pero aquí se trata de llegar a nuestro tiempo y sus realidades, pues es en esta época cuando el tema adquiere connotaciones francamente nuevas y se plantea con urgencia la necesidad de establecer una vinculación estrecha entre la visión cristiana y la no-violencia activa.
Paulo VI
En los años 1968 y 1969 el Papa Paulo VI hizo algunas contribuciones muy valiosas en el camino del tratamiento explícito del tema de la no-violencia.
En efecto, el 7 de abril de 1968, después del asesinato de Martin Luther King Jr., en la homilía del Domingo de Ramos, rindió homenaje solemne a la memoria de "ese predicador cristiano de la promoción humana y cívica... con métodos no-violentos y cuya intención era favorecer las relaciones pacíficas y amistosas entre los hijos de la raza blanca y la raza negra".
Hablando poco tiempo después al Sacro Colegio Cardenalicio, el 24 de junio de 1968, Paulo VI recordó "los ejemplos magnánimos de hombres que promovieron movimientos ideales y sociales de gran importancia y de gran eficacia, PROFESANDO UNA NOBLE Y VALIENTE NO VIOLENCIA".
Al año siguiente, hablándole al parlamento de Kampala en Africa, el lº de agosto de 1969, Paulo VI expresó:
"La Iglesia por su índole propia, POR SU PRINCIPIO EVANGELICO DE LA "NO-VIOLENCIA", no puede aceptar este lenguaje inhumano... Nunca más la violencia debe constituir la norma resolutiva de las contiendas humanas, sino la razón y el amor. Nunca más el hombre contra el hombre, sino el hombre para el hombre y con el hombre, como hermano.
Todavía el 22 de agosto de 1969 volvió a tocar el punto, esta vez refiriéndose a Gandhi, en carta al Presidente de la India, con motivo del centenario del nacimiento del líder mundial de la no-violencia:
"Gandhi poseía una alta apreciación del valor de la dignidad humana y un agudo sentido de la justicia social. Con ardiente celo y con clara visión del bien futuro de su pueblo trabajó sin tregua para la consecución de estos objetivos, SEMBRANDO CONSTANTEMENTE ENTRE SUS SEGUIDORES EL ADMIRABLE PRINCIPIO DE LA NO-VIOLENCIA. Luchó para que sus conciudadanos fueran conscientes de la injusticia de su sistema social y para extender entre ellos un espíritu de igualdad y de fraternidad."
La Iglesia Católica Latinoamericana.
En América Latina, continente azotado por la injusticia desde siempre, ha comenzado un proceso de desarrollo de la acción no-violenta por parte de muchos cristianos comprometidos con la suerte de los más humildes. Se estudiará ahora lo que se ha producido en el seno de la Iglesia Católica latinoamericana y después, en forma particular, de la Iglesia chilena.
En las últimas décadas, la primera voz clara a este respecto provino de Monseñor Hélder Cámara, quien, junto con practicar la acción no-violenta que él denominó, como ya se ha visto, "presión moral liberadora", produjo escritos que la desarrollaron teóricamente. Ya se hizo mención, en el capítulo I, a su clasificación de la violencia, basada en la realidad latinoamericana.
Para romper la "espiral de violencia" que él denunciaba propuso crear la Acción Justicia y Paz a fin de "llevar a cabo una presión moral liberadora que ayude, de una manera pacífica, pero efectiva, a cambiar las estructuras económico-sociales y político-culturales de los países subdesarrollados; y a inducir a los países desarrollados a integrar sus zonas subdesarrolladas y a revisar en profundidad la política internacional del comercio con los países subdesarrollados". (6)
Años más tarde Monseñor Cámara confesó lo que él llamó un semifracaso, debido en parte al hecho de haber recurrido "a las instituciones en cuanto tales", las que, "en la sociedad capitalista, si quieren seguir sobreviviendo, se ven obligadas irremisiblemente a permanecer metidas directa o indirectamente en el engranaje". (7) Pero no se desalentó, porque en su recorrido por el mundo dijo haber encontrado en todas partes "unas minorías que por lo que toca a la justicia y a la paz me parece que constituyen una fuerza sólo comparable a la de la energía nuclear escondida durante años y más años, millones de años, en lo más íntimo de los átomos, en espera de su descubrimiento". (8)
A esas minorías las llama "abrahámicas" porque, dice, "como Abraham, esperamos contra toda esperanza". (9) Con ellas, piensa, puede continuarse la tarea emprendida, utilizando el método de la "presión moral liberadora" o "acción no-violenta" como también lo denominó.
Monseñor Hélder Cámara ha continuado hasta ahora fiel a esta línea y el homenaje que le rindiera emocionado Juan Pablo II al visitar Brasil y su diócesis de Olinda y Recife, constituyó un importantísimo respaldo legitimador de su labor pastoral y de promoción de la justicia. Su liderato moral en la Iglesia Católica y fuera de ella ha sido muy fuerte. Hoy ya no es una voz aislada, como se verá luego.
Medellín 1968
En la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Medellín, Colombia, en 1968, hay una "reflexión doctrinal" sobre la paz que toca el tema de la violencia en forma amplia. Pronunciándose en general en contra de una vía violenta, indican el camino que les parece más adecuado para alcanzar la justicia, haciendo dos afirmaciones básicas:
En la primera responsabilizan de la injusticia "también" a "todos los que no actúan en favor de la justicia con los medios de que disponen, y permanecen pasivos por temor a los sacrificios y a los riesgos personales que implica toda acción audaz y verdaderamente eficaz". Aquí repiten un argumento central de los principales teóricos de la no-violencia: la injusticia descansa en una medida muy grande en la pasividad con que se la sufre o se la deja existir. Aplicado a nuestra situación esto implica que el régimen existente perdura en cierta forma porque todos nosotros le prestamos el apoyo de nuestra pasividad, de nuestro miedo.
En la segunda afirman positivamente lo que cabe hacer: "La justicia, y, consiguientemente, la paz se conquistan por una acción dinámica de concientización y de organización de los sectores populares, capaz de urgir a los poderes públicos, muchas veces impotentes en sus proyectos sociales sin el apoyo popular".
Más adelante afirman que ansían "que el dinamismo del pueblo concientizado y organizado se ponga al servicio de la justicia y de la paz". Por último, hacen suyas las palabras de Paulo VI, quien, al referirse a todos los que sufren les dice: "Seremos capaces de comprender sus angustias y transformarlas no en cólera y violencia, sino en la energía fuerte y pacífica de obras constructivas".
No cabe duda de que la "acción dinámica de concientización y de organización de los sectores populares", así como "el dinamismo del pueblo concientizado y organizado" y por último, "la energía fuerte y pacífica de obras constructivas" configuran, sin forzar los textos, la acción no-violenta, contribuyendo incluso a enriquecer y precisar su contenido.
Bogotá 1977
Entre el 28 de noviembre y el 3 de diciembre de 1977 se llevó a cabo en Bogotá, Colombia, un encuentro de 20 obispos provenientes de siete países latinoamericanos: dos de Bolivia, seis de Brasil, cinco de Chile, uno de Ecuador, dos de El Salvador, uno de Nicaragua y tres de Perú. El tema fue "la situación de violencia y respuesta cristiana de la no-violencia como fuerza social, inspirada en el Evangelio y liberadora del hombre". (10)
En esta trascendental reunión se emitió el documento más extenso conocido hasta ahora (15 páginas impresas), redactado por obispos, proponiendo la no-violencia activa como el camino evangélico por excelencia a seguir por todos los cristianos.
Plantean los obispos en Bogotá que "la violencia se da, es un hecho; la injusticia existe, es una realidad. Como cristianos no podemos transigir con ella. No podemos acostumbrarnos al mal, por más que se nos presente cotidiana y repetidamente; no podemos callar, por más que se trate de intimidarnos por la amenaza, el desprestigio publicitado y las represalias. Y mucho menos podemos aceptar que la violencia se presente como una exigencia de la fe, como una salvaguardia do `valores humanistas y cristianos' que hay que defender". (11)
Para enfrentar esta situación abogan "por una solución enérgica, radical y evangélica" que, más adelante, llaman "acción no-violenta".
Reconocen, además, "con alegría que ya existen en medio, sobre todo de los pobres y oprimidos, de sus líderes y agentes de pastoral, ejemplos animadores de acción evangélica no-violenta contra la injusticia y la opresión. América Latina cuenta ya con listas de mártires y confesores de la no-violencia". (12)
Los obispos, pues, retoman la tradición que parecía ya olvidada de la Iglesia primitiva.
Concluyen: "Ha llegado el momento de romper el círculo de la violencia al oponer a los sistemas actuales una acción decidida y perseverante sin violencia, pero clara y definida, de no participación activa en vista de una completa transformación de las estructuras de violencia política o económica de nuestros países". (13)
Se trata, entonces, de romper un círculo: el de la "violencia institucionalizada" (Medellín) o "injusticia institucionalizada" (Puebla), esto es, insertada en las estructuras políticas y económicas mismas de nuestras sociedades; oponiéndole la fuerza de la no-violencia activa. La finalidad o meta es, en los hechos, revolucionaria: una transformación "completa" de la actual situación y, más específicamente, "de las estructuras de violencia política y económica".
Puebla 1979
Un último hito a nivel latinoamericano es mucho más importante todavía. Se trata de una verdadera culminación en esta materia, una auténtica cima alcanzada después de un largo camino.
En efecto, en la Tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en Puebla en 1979, el documento allí aprobado y posteriormente ratificado por Juan Pablo II, contiene un párrafo, el número 533, cuyas tres primeras líneas bastan para apreciar su valor. Dice:
"Nuestra responsabilidad de cristianos es promover de todas maneras los medios no violentos para restablecer la justicia en las relaciones socio políticos y económicas."
Es la Iglesia Latinoamericana misma, a través de la máxima instancia de que dispone, la que está diciendo "promover" la acción no-violenta. Los cristianos laicos tienen el deber de presionar hoy a su propia Iglesia para que cumpla con esta palabra y promueva la no-violencia activa. El día que lo haga ampliamente, difundiendo masivamente este principio, por el peso cultural y social que posee, cambiarán muchas cosas en América Latina que ya sólo se sostienen en la pasividad y en el silencio de muchos cristianos.
La Iglesia Católica chilena
La Iglesia Católica chilena no ha estado ausente de esta tendencia a explicitar su enseñanza en esta materia. Ya en 1975, el 5 de septiembre, el Comité Permanente del Episcopado dio a conocer su documento de trabajo titulado "Evangelio y Paz". En su primer capítulo titulado "la paz" comienzan el desarrollo del tema preguntando si el Evangelio preconiza la violencia, como dicen algunos.
El documento descarta esta tesis basándose en dos textos (Mateo 10, 34-36 y Mateo 11, 12) y centra su comentario en el único caso en que Cristo usó de alguna violencia al expulsar del Templo de Jerusalén a los negociantes que lo habían prostituído (Juan 2, 13-17). El comentario de los obispos al respecto es el siguiente:
"Violencia muy relativa: no consta que nadie haya sido tocado, menos herido, por las cuerdas que agitaba Jesús. Pero aunque lo hubiera sido, se trataba del Padre y había que mostrar en forma llamativa, y que quedara grabada en el recuerdo, que la adoración al Dios vivo está mil leguas por encima de los sórdidos negocios de quienes, hasta de lo más sagrado, hacen ocasión de lucro. Sobria utilizaci6n de la violencia de la autoridad legítima al servicio de la más estricta justicia."
A continuación pasan a tratar el tema "Evangelio y no-violencia" diciendo:
"En cambio, ¡cuántos textos nos enseñan lo contrario!"
Citan varios de los textos del Sermón de la Montaña ya mencionados en este trabajo. Señalan después la respuesta de Jesús a Pedro aquella vez que éste sacó la espada para defenderlo: "Vuelve la espada a su sitio, pues quien usa la espada perecerá también por la espada" (Juan 18, 10, Mateo 26, 52).
Mencionan, por último al apóstol Santiago, quien resume la enseñanza del Evangelio escribiendo: "La ira del hombre no produce la justicia de Dios" (Santiago 1, 20).
Terminan con un comentario:
"No es que el Evangelio privilegie la debilidad sobre la fuerza. Por el contrario. Pero en la debilidad del hombre resplandece la fuerza de Dios (2 Corintios, 12, 9). Y es la fuerza de Dios la que tiene eficacia histórica, y la fuerza de Dios la rechaza el hombre que se cree fuerte -como Goliat- y la recibe el hombre que se sabe débil -como David-". (1 Samuel 17, 4-51.)
El Comité Permanente del Episcopado concluye su documento de trabajo con un llamado a ser "pacíficos". Ellos son, en síntesis, "los que tengan paz consigo mismos", "el hombre que respeta a su prójimo", el "que busca justicia", "el humilde que reconoce sus errores y sus limitaciones, el que sabe pedir perdón y deshacer el camino andado", el "que no tiene enemigos" porque "no sabe odiar ni guardar rencor" y "sabe perdonar o no se da por ofendido", "el que quiere a todos los hombres, a medida que la vida los va poniendo en su camino", "el que, más allá de las soluciones hasta ahora propuestas, busca caminos para el futuro, sueña utopías, procura convencer, aunar las voluntades de los hombres de esperanza en torno de un gran designio original y colectivo", y, por último, es pacífico "el que no tiene miedo. El que vive y lucha ante la mirada de Dios y sabe que el descanso y la justicia le llegarán a su hora". (14)
La Conferencia Episcopal emitió en abril de 1978 unas "Orientaciones Pastorales para 1978 - 1979 - 1980" que tituló "La Conducta Humana". En ellas volvió a aparecer el tema de la violencia y, algo más explícitamente, el de la no-violencia.
En el capítulo destinado a la "doctrina", a cargo de monseñor Cristián Precht, se hace una "reflexión doctrinal" sobre la violencia, que termina con unas breves consideraciones sobre la acción no-violenta:
"No trata Jesús expresamente de los métodos noviolentos para presionar a quienes tienen el poder. El se refiere más bien a los fines y nos deja a nosotros la tarea de elegir los medios."
"Pero sin duda que la no-violencia activa, sin ser obligatoria ni siempre aplicable, tiene una particular sintonía con el espíritu evangélico."
"Consiste esta no-violencia activa en recibir la agresión del poderoso, no con una nueva violencia, sino con la `paciencia' heroica que termina por desarmar al adversario. Es la forma por la cual un pueblo puede ejercer presión por su sola fuerza moral, aceptando transitoriamente sufrir la violencia sobre sí mismo antes que hacerla en otros."
Algo más adelante, en el capítulo de las "estrategias", el documento elaborado por Monseñor Precht, e incorporado a las "Orientaciones Pastorales" aludidas aquí, recomienda "que se estudie la participación de la Iglesia chilena en los movimientos de la "No-Violencia Activa" y de las "Jornadas para una sociedad superando las dominaciones".
Poco tiempo después, el 6 de julio de 1978, el Comité Permanente, refiriéndose a una huelga de hambre de los familiares de detenidos-desaparecidos vuelve a aludir a la no-violencia:
"Valorizamos también, con respeto, el sacrificio que los familiares de los desaparecidos se han impuesto, en orden a sensibilizar a la opinión pública -con medios noviolentos- sobre la justicia y urgencia de su petición."
La Iglesia chilena ha estado, pues, involucrada en esta búsqueda y en la reflexión sobre los caminos a través de los cuales se pueden alcanzar la justicia y la libertad como fundamentos indispensables de la verdadera paz. Su preferencia por los caminos pacíficos es clara. Tal vez le falte más desarrollo, a fin de sacar todo el provecho posible de la riqueza intrínseca del tema, pero lo central parece dicho, y bien dicho. (15)
NOTAS
(1) Windass, StanGliey: "El cristianismo frente a la violencia", Madrid. Barcelona 1971, p. 15.
(2) Ibid., pp. 15-16.
(3) Ibid., p. 17.
(4) Ibid., p. 38.
(5) Ibid., p. 38.
(6) Cámara, Hélder: "Espiral de violencia", Salamanca 1978, p. 13.
(7) Cámara, Hélder: "El desierto es fértil", Salamanca 1981. p. 59.
(8) Ibid., p. 13.
(9) Op. cit. en Nota 6, p. 65.
(10) Cf. La no-violencia evangélica, fuerza de liberación, Encuentro de Obispos de América Latina, Barcelona 1978. El "documento final", aquí citado, se encuentra en las pp. 15-29.
(11) Ibid., p. 17.
(12) Ibid., p. 25.
(13) Ibid., p. 147.
(14) Hay un párrafo en este documento de trabajo que no parece concordar ni con la lógica del texto completo ni con su espíritu. Es aquél en que se agradece "el servicio prestado al país por las FF. AA." el 11 de septiembre de 1973.
(15) Cf. también Monseñor Juan de Castro: Contra la violencia, promover la vida, en: "La Revista Católica" Nº 1053, 1982, pp. 31-38.
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