CRISTIANISMO Y VIOLENCIA
No puede olvidarse que la historia del Cristianismo comienza con su fundador, Jesucristo. Por eso, quien intente aproximarse a la esencia de la visión cristiana no puede eludir a la fuente de las fuentes, esto es, a quien personalmente la introdujo en el mundo.
La vida y enseñanzas de Jesucristo constituyen, entonces, una fuente primordial para el estudio de la relación existente entre Cristianismo, violencia y no-violencia. A lo largo de la historia de los últimos 2.000 años han surgido variadas interpretaciones sobre este tema, que será tratado en este capítulo y en el capítulo V.
Dos ángulos para interpretar la enseñanza de Jesús
Jean-Marie Muller constata la presencia de dos perspectivas centrales diferentes y contrapuestas para interrogar y desentrañar la orientación de fondo sobre la violencia existente en el Evangelio de Jesucristo:
La primera intenta "ir lo más lejos posible en el sentido contrario al Evangelio" y por eso se pregunta "hasta dónde es legítimo ir en una dirección que el Evangelio no nos enseña". Muller indica que "es este método el que se aplica cuando los teólogos hablan de los 'límites' de la legitima defensa, más allá de los cuales el Evangelio no nos permite la violencia". (1)
La segunda procura "ir lo más lejos posible en el sentido del Evangelio", porque éste "debe actuar en nuestra vida con un dinamismo que nos lleve hacia la realización de las obras consideradas buenas" y no "como un freno que nos obstaculice unirnos a los demás y nos impida participar en sus obras más allá de ciertos límites, estando tal cosa permitida, pero tal otra prohibida". (2)
De estas reflexiones surge la conclusión siguiente: "cuando se habla de la actitud del Cristianismo frente a la violencia, no se trata de determinar hasta dónde está permitido ir en el camino de la violencia; mientras se plantee el problema así, estaremos siempre en una situación falsa respecto al Evangelio". (3)
Siguiendo el segundo camino se aprecia que "somos llamados por Jesús para vivir según el espíritu de mansedumbre y de no-violencia que inspira todas sus enseñanzas y toda su vida. Esta verdad aparece como una evidencia muy particular en el Sermón de la Montaña." (4)
Esta es, al menos, la invitación real que Jesús hace. Su camino es la virtud y no el pecado. Frente a la acción pecaminosa ofrece el perdón, para eliminar la culpa, pero no el carácter de pecado que ella tiene, que continúa existiendo en todo momento, puesto que constituye una suerte de capitulación del ser humano frente a sus deberes morales.
Sin embargo, el estudio de la relación "Cristianismo y violencia" muestra el fuerte arraigo que alcanzó la primera perspectiva señalada durante más de 15 siglos (desde 313 hasta 1962) y cómo la segunda, que nunca murió plenamente, sobrevivió asfixiada durante todo ese período.
Los primeros cristianos
Una segunda fuente está constituída por la forma como percibieron y vivieron el mensaje de Jesucristo los primeros cristianos, empezando por sus discípulos más directos. Podría afirmarse que este impulso inicial, compuesto de testimonios vivos así como de escritos (reunidos unos en el Nuevo Testamento y dispersos los otros), marcó decisivamente el tono, el estilo y la atmósfera de prácticamente las diez generaciones siguientes, o sea, hasta las que vivieron el gran vuelco constantiniano (313), que se verá después. Esta fuente, la segunda en importancia, tiene el valor de ser la primera versión histórica del Cristianismo y, quizá por eso mismo, la más auténtica. Después de todo, gozó del privilegio de ser la más cercana a su fundador. La toma de conciencia sobre este hecho ha conducido a ampliar las investigaciones sobre este (....????m ss) y a tratar de extraer de él nuevas luces que el tiempo presente reclama con ansiedad creciente.
Lo dicho no debe conducir, eso sí, a una absolutización emotiva, pero no real, de la importancia de este período. Los primeros cristianos también cometieron algunos errores. Por ejemplo, vivieron los hechos históricos de su tiempo a la luz de una interpretación demasiado rígida de las palabras de Jesucristo: la inminencia del fin del mundo. Con esa creencia en la mente, calcularon mal muchas circunstancias y cayeron en muchos simplismos de graves consecuencias, entre las cuales, tal vez la mayor fue la de creer en el siglo IV, sobre todo en sus postrimerías, que habían triunfado en el mundo y que, por lo tanto, habían cumplido su misión y la venida del Mesías estaba próxima.
El Sermón de la Montaña
Jesucristo no favoreció la violencia. Por el contrario, en el conocido "Sermón de la Montaña" planteó con enorme vigor y radicalidad la alternative opuesta. (5)
A juicio de Berhard Häring, todo su texto constituye "la más fuerte contestación del statu quo, la más total, pero también la más constructiva". (6)
Lo central de este camino está en el sacrificio propio como forma de alcanzar la conversión del otro, particularmente cuando es un adversario o enemigo. Hay una confianza muy grande en los resultados de esa conversión: ella se traducirá en un cambio eficaz de la conducta del interpelado. La presión moral que se ejerce, que puede siempre alcanzar grados mayores, tiene en sí misma un poder transformador.
La ética o moral enseñada y practicada por Jesucristo no elude el conflicto. Jesucristo no huyó del mismo, sino que le salió al encuentro y hasta en más de una ocasión lo provocó. Estaba plenamente consciente, además, de que todo su mensaje le creaba problemas al "orden establecido" de su tiempo. No obstante, persistió hasta las últimas consecuencias en el cumplimiento de su deber.
En cualquier caso, cabe retener aquí, por ahora, el hecho de que Jesucristo rechazó la violencia como respuesta y que dio un testimonio tan conmovedor de entrega propia, de sacrificio extremo, que 2.000 años después de su paso por el mundo, su legado aún tiene una influencia muy grande sobre cientos de millones de seres humanos.
Los tres primeros siglos
Los discípulos directos de Jesucristo y los de las generaciones inmediatamente posteriores entendieron su mensaje en su forma más original, evitando hacerse cómplices de toda violencia. El problema se les presentó en forma concreta en torno a dos situaciones específicas:
Primera: la represión del Estado romano en contra de los cristianos a causa de sus creencias, que desafiaban sin lugar a dudas en forma radical a las religiones paganas que daban sustento ideológico y simbólico al sistema imperante. La respuesta no fue la contra-violencia, ni siquiera defensiva. Siguiendo el consejo de su Maestro, simplemente no ofrecieron resistencia. Pagaron muchas veces con su vida, dando, también ellos, un testimonio que impresiona hasta hoy y que, en su época, produjo mucho impacto y les atrajo nuevos partidarios a su causa.
Segunda: la presencia en todas partes del ejército romano planteó a muchos cristianos el problema de si éstos podían integrarse a dicho cuerpo armado, si podían ser soldados sin traicionar al Evangelio. Las primeras respuestas a estas preguntas, que muchos le hicieron por escrito a sus obispos, fueron negativas. No se podía ser soldado y cristiano a la vez. La obediencia a esta norma contribuyó no poco a estimular las persecuciones. Hubo también casos de soldados que, convertidos a la fe cristiana, abandonaron las armas, sufriendo obviamente las consecuencias del caso.
En resumen, el primer impulso cristiano fue de rechazo a la violencia. Pero esta no-violencia estaba todavía muy lejos de llegar a convertirse en método sistemático de lucha por determinados ideales.
El resultado, en todo caso, no cabe despreciarlo. El Cristianismo se expandió con relativa rapidez por todo el imperio, en gran parte debido al testimonio personal que dieron estos primeros cristianos. Como dice un autor, "el héroe ideal era siempre el mártir, y la condición esencial del martirio era y es todavía el sufrimiento aceptado libremente, sin resistencia violenta. El que este ideal fuera puesto en práctica tan fácilmente por la generalidad de los cristianos es uno de los rasgos asombrosos de los primeros tiempos; los fieles deseaban a veces tan ardientemente el martirio, que lo difícil era más bien impedirles que se ofrecieran temerariamente a los suplicios de los verdugos". (7)
La otra cara de la medalla
Como sucede muchas veces en la historia, los fenómenos no se dan puros. Existe la contrapartida u otra cara de la medalla. Así sucede también aquí. A lo largo de todo este período empieza a caminar un hecho de carácter sociológico y moral que va a ser importante para producir una transformación de estos primeros impulsos, hasta llegar a hacerlos irreconocibles: el mensaje de Jesucristo, que al comienzo impacta básicamente (aunque no exclusivamente, por cierto) a los más pobres, a los desposeídos, va poco a poco penetrando en otras capas sociales más elevadas, llegando incluso a introducirse en los palacios de las máximas autoridades del imperio y de los sectores dominantes de esa época. Muchos ciudadanos romanos altamente situados y que gozaban de todos los derechos y privilegios que su condición les otorgaba se fueron convirtiendo al cristianismo. Frente a este hecho hay dos reacciones. La primera es la de los cristianos. Ellos ven este fenómeno con alegría, con entusiasmo. Su causa está, en medio de tanta dificultad, triunfando. La segunda es la de las autoridades del imperio. Ellas se inquietan. Han intentado eliminar a los cristianos mediante persecuciones sucesivas, sin resultado alguno. El Cristianismo ha seguido penetrando, a pesar de sus medidas, alcanzando a los niveles más altos, influyentes y poderosos de la sociedad. Los cimientos ideológicos, morales y simbólicos del imperio, resumidos en la religión pagana, se ven amenazados cada vez más. La intensificación de las persecuciones, que se lleva a cabo, fracasa también. Se prepara así el camino para una nueva política imperial, que abandona por completo el camino que ha sido derrotado.
El constantinismo
El nombre de Constantino el Grande está unido a un vuelco histórico de consecuencias incalculables para el Cristianismo. La conversión a la religión cristiana de este emperador romano fue "un hecho histórico de la mayor dimensión". (8) A partir de entonces el Cristianismo se alió sistemáticamente con el poder estatal y, las más de las veces, con la violencia practicada por dicho poder.
Todo comenzó en Milán en el año 313. Allí, Constantino junto con Licinio, formularon un "programa de tolerancia" que enviaron bajo la forma de un decreto a todos los gobernadores de las provincias orientales del imperio. Le reconocían por este medio al Cristianismo los mismos derechos que tenían las otras religiones. Se iniciaba así un cambio que concluiría algo más tarde con la plena inserción de la Iglesia en el imperio romano. Al primer paso siguieron muchos más, como, por ejemplo, la supresión de la pena de crucifixión (315), el establecimiento del domingo como día oficial de descanso (323), la prohibición de las luchas de gladiadores (325) y algunas otras.
Antes de terminar para el Cristianismo este estratégico siglo IV, el emperador Teodosio el Grande cerró el ciclo iniciado por Constantino al dictar disposiciones "en que se considera y castiga todo culto pagano como crimen de lesa majestad. Los únicos que desde entonces tienen derecho de ciudadanía en el imperio son los cristianos. Los herejes son considerados fuera de la ley". (9)
La situación, como puede verse, experimenta así un giro de ciento ochenta grados. En pocos años -casi 80- los cristianos pasan de la persecución al más pleno reconocimiento, adquiriendo poder e influencia en el aparato del Estado.
Nace de esta manera el llamado "constantinismo", en recuerdo del emperador que desató el nuevo proceso. Adoptando diversas formas históricas, se traduce virtualmente en una alianza entre la Iglesia y el poder político imperante, por la cual aquella retribuye con la legitimación religiosa de éste los privilegios que de él recibe, destinados a asegurarle el ejercicio más pleno de su influencia religiosa, con la exclusión, si se puede, de toda otra creencia.
Es necesario, sin embargo, dejar constancia de que el constantinismo no es sólo esto. Chenu ofrece una descripción bastante completa y sugerente de la llamada "era" constantiniana, que aún hoy no desaparece por completo. Según él, elcapítulo histórico protagonizado por Constantino "se convirtió en ideal, suscitando un dinamismo colectivo, al servicio de las esperanzas terrestres del Reino de Dios, penetrándolo todo, discreta o indiscretamente, con una influencia anónima sobre la marcha de la sociedad. Si se habla, por lo tanto, de una "era" constantiniana, no se quiere designar un período histórico, como se hablaría del reino de los Capetos o de la dinastía de los Borbones, sino de UN TIEMPO EN OUE, BAJO LA INFLUENCIA PRIMERA DE LOS ACTOS DE CONSTANTINO, SE DESARROLLO, Y LUEGO SE FIJO POR LARGOS SIGLOS, UN COMPLEJO MENTAL E INSTITUCIONAL EN LAS ESTRUCTURAS, EN EL COMPORTAMIENTO, Y HASTA EN LA ESPIRITUALIDAD DE LA IGLESIA; y esto no sólo do hecho, sino como un ideal. Así prosiguió, a través de muchos siglos, durante los cuales este mito persiste, por encima de los límites del período constantiniano y de las fronteras del imperio romano". (10)
Para apreciar la profundidad del fenómeno, Chenu analiza los elementos de la era constantiniana. Distingue los siguientes:
a) La alianza de los poderes espiritual y temporal. Esta es "la consecuencia primera y el aspecto más perceptible". Se da aquí "la coordinación de los dos poderes, que será desde este momento permanente en medio de los peores desacuerdos".
b) La base cultural. Chenu señala a modo de ejemplo tres "herencias culturales" legadas por el constantinismo, cuya influencia es todavía actual y de mayor peso aún que el primer elemento, que se bate en retirada hoy. Ellas son:
1.- La asimilación del derecho romano;
2.- La primacía de la razón sobre las otras formas y valores de la vida del espíritu, y
3.- La lengua latina, que recién empezó a retroceder con el Concilio Vaticano II, al permitirse en la misa el uso de la lengua de los habitantes de cada país o, incluso, localidad.
c) La concepción del hombre. Esta es, según Chenu, "el alma de la era constantiniana". Es el aporte del pensamiento occidental sobre la materia, el cimiento sobre el cual se han construído prácticamente todos los "humanismos" conocidos hasta ahora.
d)El régimen económico-social. La tendencia del constantinismo a sacralizarlo todo también ha abarcado este campo. "Economía cristiana, sociología cristiana, política cristiana, las tres están ligadas entre sí y hasta desembocan en una filosofía cristiana". (11)
Nace, pues, un marco muy amplio y muy sólido de desarrollo religioso sobre nuevas bases. Y esto tiene un precio en el tema de la violencia: el Cristianismo abandona su rechazo rotundo inicial, llegando a su justificación teórica y muchas veces a su utilización práctica, bajo determinados requisitos.
Los siglos VI, VII y VIII
El pacifismo de la Iglesia primitiva, que perdió una batalla decisiva con la alianza antes descrita, dejó no obstante una huella importante a lo largo de todos los siglos siguientes.
Los siglos VI, VII y VIII son de gran inseguridad para la Iglesia Católica. En efecto, la decadencia del imperio romano entra ahora en la fase de una persistente e inatajable desintegración. Sucesivas olas de pueblos, llamados "bárbaros", lo invaden y terminan con su existencia y con un mito cristiano: la idea triunfalista de que su misión estaba prácticamente cumplida al tranformarse en religión oficial del Estado romano. Esta idea se desploma junto con el imperio. Los hechos muestran ahora que la tarea de los cristianos estaba inacabada, o, mejor dicho, se encontraba apenas en sus inicios.
Hay que reconocer que el Cristianismo no salió del todo mal parado de esta auténtica prueba de fuego. Ligado como estaba al sistema político que ahora se deshacía, tuvo la habilidad de romper los lazos más comprometedores y concentró sus esfuerzos en conquistar espiritualmente a los invasores. Si se dijo después que los bárbaros habían conquistado militar y políticamente al imperio romano, o a parte del mismo, al precio de ser cultural y espiritualmente conquistados por él, ello se debió en una medida muy importante a los cristianos que llevaron a cabo esta tarea.
Durante este tiempo turbulento y peligroso el tema de la violencia
(OJO: ver si borré algo aquí...)
mientras en la práctica desapareció toda objeción a usar las armas en contra de los invasores. La realidad preparó el camino para los principios de la legítima defensa y de la guerra justa.
Las Cruzadas
Los siglos IX y X tampoco aportaron nada nuevo en esta materia. El gran vuelco en el tema de la violencia se vino a producir con las Cruzadas, iniciadas a fines del siglo XI, exactamente en el año 1095, cuando el Papa Urbano II hizo un llamado dramático a la Iglesia de Occidente "pidiéndole que se uniera para una guerra santa contra la nueva civilización del Islam". (12)
Lo que se produjo a partir de entonces modificó, como ningún otro hecho, la conducta de los cristianos frente a la violencia, transformando en virtud lo que antes era, o pecado puro y simple, o acto límite que se ejecutaba en caso de extrema necesidad y con resguardos de todo tipo.
Las Cruzadas, como se sabe, fueron empresas gigantescas para la época, que movilizaron a toda Europa. Hasta entonces no se había producido una inserción tan masiva de los cristianos en una empresa bélica, convocada además por el propio Papa. En palabras de Windass, ellas constituyeron "una espantosa mezcla de religión, mito y realidad que provocó una gigantesca explosión tan importante desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista religioso". (13)
El ideal del "caballero cristiano", este hombre de armas que con su espada defendía la fe cristiana del ataque de los paganos, o le abría paso a la misma degollando a los enemigos de la religión católica, fue obra directa de las Cruzadas. La violencia, ejercida para defender y/o expandir la fe, se convirtió de esta manera en una virtud y en un deber.
Este hecho no surgió solamente como consecuencia de la amenaza del Islam y de la necesidad de defenderse. Otras circunstancias también hicieron su contribución. Una de ellas merece destacarse, porque acaeció durante el encuentro del imperio romano con las hordas bárbaras y preparó el terreno espiritual para los cambios posteriores. En dicha ocasión chocaron también dos concepciones religiosas: lareligión cristiana de la paz, todavía fuerte en ese entonces, y la religión germánica de la guerra. El resultado fue favorable al Cristianismo, pues logró imponerse como la nueva religión de los invasores, pero debió pagar el precio de legitimar la guerra como instrumento de solución de los conflictos de intereses entre diversas naciones.
San Francisco de Asis
El pacifismo de la Iglesia primitiva llega en esta etapa histórica a ser convertido en herejía por algunos autores. Aunque no se oficializa esta opinión, se tiende, a lo menos, a ahogar, desde arriba, toda tentación de condenar la guerra y el uso de las armas.
En este contexto, en que al Papado es también un poder terrenal formidable, la figura de San Francisco de Asis merece una mención especial, porque surge en el momento preciso en que la violencia ha sido sacralizada por la religión y se vive todavía la atmósfera de las Cruzadas.
Nacido el 3 de octubre de 1182, su vida despierta hasta hoy admiración y respeto. Mirado como un loco por su propio padre, que se avergonzaba de los actos de su hijo, su figura se ha agigantado sin cesar a medida que se ha ido comprendiendo el sentido profundo de lo que hizo. La siempre creciente perspectiva histórica no ha hecho sino ayudar a clarificar ese significado.
San Francisco fue muchas cosas a la vez. Para el tema de este trabajo basta destacar que se opuso radicalmente a la violencia, rescatando, a su manera, el pacifismo de los primeros cristianos.
No deja de ser significativo que en pleno período de Cruzadas su acción tuviera un gran impacto en las masas de toda Italia primero y, después, más allá de esas fronteras. De alguna forma, él puso de relieve reservas no-violentas que estaban dormidas, pero no definitivamente extinguidas.
Profeta anunciador de la excelencia de la vida simple, de la naturaleza, de los animales, exaltó valores que hoy han adquirido nueva actualidad cuando crece el peligro de que la obra humana degenere en la destrucción total.
La herencia moral de este santo constituye una contestación a la religión de la guerra que surge de las Cruzadas. Sin condenar con palabras, sus hechos se convirtieron en un dedo acusador de gran potencia, con influencia duradera entre los cristianos.
La siguiente plegaria compuesta por él constituye una expresión de su espiritualidad y de lo esencial de su mensaje:
"Señor,
haz de mi un instrumento de tu paz:
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo armonía,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo la luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría;
que no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar,
en ser comprendido, como en comprender,
en ser amado, como en amar, porque
dando se recibe,
olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
muriendo se resucita a la vida." (14)
La "guerra justa"
La violencia, se ha visto, emerge consagrada por el Cristianismo de esa época. En el plano del desarrollo del pensamiento teórico cristiano se expresa en la teoría de la guerra justa.
Aunque ya desarrollada en parte por San Agustín, fue Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, quien avanzó más en su clarificación, imbuído probablemente por el espíritu de la época. Tres requisitos señala él para poder llegar a considerar "justa" una guerra:
1) Autoridad legítima: la guerra debe ser declarada por un Estado realmente soberano.
2) Causa justa: debe haberse cometido un crimen, haberse violado un derecho fundamental y no debe existir otro medio que la guerra para remediar la situación producida.
3) Intención recta: el Estado que recurre a la guerra debe buscar el bien y evitar el mal (la regla de la proporcionalidad está vinculada a este punto).
Windass emite el siguiente juicio crítico a esta teoría, que parece completamente pertinente:
"La teoría de la guerra justa zigzaguea entre escollos peligrosos. El principal es el que viola uno de los principios más firmes de la justicia humana, según el cual nadie puede ser juez y parte en un mismo asunto." (15)
La práctica ha demostrado esta falla hasta la saciedad. Todos los estados soberanos que han hecho la guerra han proclamado que hacen la guerra por una "causa justa" y con "recta intención". Y con la conciencia tranquila han cegado la vida de millones de seres humanos.
La violencia triunfó en esta etapa de la historia, ganando un aliado fundamental: la religión cristiana.
Los siguientes mil años
Sería muy largo hacer el recuento de lo sucedido en los últimos mil años. Los conflictos bélicos entre estados y el uso de la violencia represiva al interior de los mismos han ido en aumento. Al interior de este cuadro siempre ha habido cristianos. También han estado presentes en las rebeliones armadas que han existido. En los grandes dramas históricos, como la guerra entre cristianos llamada de los 30 años, que culminó con la Paz de Westfalia en 1648, la revolución francesa y la norteamericana, las guerras napoleónicas y las de la independencia de América Latina, y, para no alargar más la lista, las dos últimas guerras mundiales, han participado, invariablemente, los cristianos. Lo han hecho masivamente, estando presentes en los dos bandos, sin poder sustraerse, con excepción de muy pocos, al deber, impuesto por sus respectivos ejércitos, de matarse sin piedad,(con armas cada vez más sofisticadas y crueles.)
La visión cristiana engendrada a raíz de las Cruzadas ha permanecido virtualmente inalterable hasta hace muy poco. No obstante, una vez más, han existido corrientes profundas que le han preparado el terreno a nuevas ideas e interpretaciones respecto a la visión cristiana sobre la violencia. Se verán en parte en el capítulo V.
NOTAS
(1) Muller, Jean-Marie: "El Evangelio de la no-violencia", Madrid, Barcelona 1973, pp. 53-54.
(2) Ibid., p. 54.
(3) Ibid., P. 54.
(4) Ibid., pp. 54-55.
(5) Cf. Sermón de la Montaña en los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio según San Mateo. Extractos se publican en el anexo 1 de este trabajo.
(6) Häring, Bernhard: Violencia y no-violencia en el Sermón de la Montaña, en: "Bernhard Häring y otros: "La violencia de los cristianos", Salamanca 1971, p. 56.
(7) Windass, Stanley: "El cristianismo frente a la violencia" Madrid-Barcelona 1971. pp. 17-18.
(8) Franzen, August: "Kleine Kirchengeschichte", Freiburg i. B. 1978. p. 65.
(9) Lorca, B. y otros: "Historia de la lglesia Cat"lica" Cuatro tomos, Madrid 1960, aqui Tomo 1, p. 434.
(10) Chenu, M. D., "El Evangelio en el tiempo", Barcelona 1966, p. 14.
(11) Ibid., pp. 16-25.
(12) Windass, op. cit. Nota 7. p. 41.
(13) Ibid., p. 41.
(14) Citada por Helder Cámara: "El desierto es fértil", Salamanca 1981, p. 101.
(15) lbid, p. 79.
5 Comments:
Excelente. Lo he leído con sumo interés.
Mariano Arnal
mariano@aquamaris.org
Muy buen trabajo. Gracias. ¡Ojalá lo lean muchos y pongan en práctica la no violencia!
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Los primeros cristianos eran pacíficos es solo con la relajación de costumbres a fines del siglo II que empiezan a mundanizarse, contemporizando con el imperio romano.
La introducción de Stanley Windass a los tres primeros siglos del cristianismo es brillante ("El cristianismo frente a la violencia")
Javier Domínguez
En mi familia siempre me enseñaron a hacer oraciones cuando me sentía triste o cuando tenía momentos buenos, no hay que olvidarnos de Dios cuando estemos en la cima, deber estar en el corazón.
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