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Location: Valparaíso, Quinta Región, Chile

Casado con Nina María Soto (1964): 8 hijos, 16 nietos. Estudios: Derecho (Chile); Ciencias Políticas (Heidelberg, Alemania). Habla, lee y escribe alemán e inglés. Lee francés, italiano, portugués y holandés. Computación desde 1983. Internet desde 1994. Bloggers desde 2005. Autodidacta. Adaptable a las responsabilidades asumidas. Últimos cargos públicos: Agregado Científico en embajadas de Chile en Alemania y Holanda (1991 a 1995), Embajador de Chile en Venezuela (entre 1995 y 2000). Secretario General del Sistema Económico Latinoamericano, SELA (2000 - 2003) Libros: "Hermano Bernardo" sobre Bernardo Leighton y "La no-violencia activa: camino para conquistar la democracia". Numerosos ensayos políticos en diversas publicaciones. Profesor universitario (Chile y Alemania), periodista (prensa y TV) y diplomático. Hago consultorías y escribo permanentemente sobre muy variados temas. Actualmente soy Presidente del Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, ICHEH, con sede en Santiago.

Friday, June 02, 2006

LA VIOLENCIA

Es el estudio de la violencia el que ha llevado a muchos hombres a transformarse en partidarios de la no-violencia activa. Uno de ellos señala: “Se nos empieza a escuchar (...) seguramente, más que por el mérito de nuestras ideas, por la preocupación que en el mundo contemporáneo está despertando el fenómeno de la violencia”. (1)

En otra parte se escribe:

“La existencia de la violencia en el mundo nos hace tomar conciencia de que la verdadera vida está ausente y que la voluntad de cambiar el mundo y la vida nos compromete en el dinamismo de la no-violencia. La no-violencia, al liberarnos de la totalidad de la violencia que pesa sobre el hombre y sobre la historia, alimenta así una nueva esperanza, una nueva felicidad, una nueva cultura”. (2)

Según un estudioso de Gandhi, el gran líder no-violento de la India llegó a desarrollar su método tratando de encontrar “un sustituto para la guerra, no menos eficaz que ésta, pero que no dejara a los hombres envilecidos después del conflicto”. (3)

Monseñor Hélder Cámara, el famoso obispo de la diócesis de Olinda y Recife del Brasil, sostenedor de la no-violencia activa, también parte considerando el fenómeno de la violencia para llegar a concluir que dentro de su lógica está la característica de crecer indefinidamente en forma de espiral. Ya se verá más en detalle su raciocinio. Por ahora, baste la constatación de que en este caso, como en los anteriores y en muchos otros que no se mencionan aquí, el punto de partida para llegar a plantear la no-violencia activa es el estudio de la violencia y su lugar destacado que ésta tiene en el mundo en que vivimos.

Müller, en uno de los estudios más lúcidos escritos sobre la no-violencia, comienza advirtiendo:

“El primer paso hacia la no-violencia consiste en tomar conciencia de ese formidable condicionamiento socio-cultural que pesa sobre nosotros desde hace siglos y que nos hace pensar que la violencia no sólo es necesaria, sino que también es honorable. Las ideologías que han dominado nuestras sociedades han honrado efectivamente la violencia, al asociarla a numerosos valores y virtudes: el coraje, la audacia, el sacrificio, la virilidad, la nobleza, el honor, la justicia, la libertad, etc. De suerte que en nuestra conciencia y todavía más en nuestro subconsciente, la violencia aparece en sí misma como un valor y una virtud, cuya negación sería la no-violencia. Es todavía recurriendo a la violencia que los héroes, que pertenecen a la leyenda o a la historia, realizan sus hazañas. Si verdaderamente la violencia es la virtud del hombre fuerte, la no-violencia no puede ser sino la debilidad de aquellos que no tienen el coraje de ser violentos. Si la violencia es una virtud, la no-violencia es una cobardía”. (4)

Este hecho sería la causa de la desconfianza que despierta casi “a priori” el tema de la no-violencia.

“Esta reacción no es natural”, dice Müller, sino que “es cultural”. Y ella se explica “por el hecho de que somos herederos de tradiciones que le han otorgado, todas, un lugar muy grande y bello a la violencia, mientras le han negado uno a la no-violencia”. (5)

No cabe, pues, olvidar estas apreciaciones al considerar el tema de la violencia, Ella está muy fuertemente arraigada en el subconsciente colectivo, forma parte integrante de nuestra cultura.


Definición

Pese a ser un elemento tan presente en la vida de todos los seres humanos, la violencia es un fenómeno difícil de definir. Esto trae aparejado el hecho de que haya numerosos esfuerzos en el sentido, llegando a existir corrientes diversas sobre el punto. No se trata de caer aquí en la tentación de entrar a ese debate, pero sí de dar un ejemplo del mismo.

El jesuita Joseph Fuchs intenta definir la violencia desde dos ángulos. En sentido estricto sería “todo acto ejercido sobre el hombre (individual o colectivo) que atente contra su vida o su integridad física (violencia física)”. En sentido amplio, también se consideraría violencia “lo que afecta los valores espirituales (violencia moral)”. (6)

Joaquín Lepeley critica este esfuerzo, porque no menciona lo que es propio y constitutivo específico de la violencia, a saber, el daño a las personas, consecuente con esto, Lepeley da su propia definición de violencia:

“Es una fuerza que inflige daño a la integridad física, psíquica o moral del hombre o grupo social, ya sea en el cuerpo o en sus bienes materiales, ya sea en los bienes de orden moral”. (7)

Dos comentarios merecen estamparse aquí:

El primero proviene del propio Lepeley, al derivar de su definición una cierta clasificación de la violencia. Señala que existiría, así, la violencia física y violencia moral, por un lado, y , pro el otro, tomando en cuenta “el sujeto que recurre a la violencia”, se darían dos líneas en el ejercicio de la misma: “En horizontal, se da el uso de la violencia de hombre a hombre (individuo o grupo); en lo vertical, se da la violencia ejercida por el gobernante (tirano o sistema institucional) sobre sus súbditos”. Agrega que “en lamisca línea vertical, se da un recurso inverso a la violencia, es decir el de los súbditos (oprimidos) contra el gobernante o institución de opresores.” (8)

El segundo comentario surge de la definición misma y se refiere a la diferenciación que existiría entre “fuerza” y “violencia”. Don Jorge Millas dice, por ejemplo, que el concepto de violencia “tiene como centro la simple noción de fuerza, pero no se reduce a ella”. (9) La fuerza viene a ser una especie de energía neutra, polifacética en sus expresiones (física, moral, etc.), cuyo fin le es impuesto desde fuera por un adjetivo que determina al sujeto y que le otorga su carácter positivo o negativo, convirtiéndose así en violencia, en cuyo caso habrá siempre daño, o en no-violencia, en cuyo caso la fuerza será libertadora, positiva.


Clasificación

Aunque ya se vio, junto a la definición un intento de clasificar la violencia, se hará aquí mención específica al aporte de Monseñor Hélder Cámara, por estar muy ligado a las realidades que se dan en América Latina. Según él hay tres violencias que se desarrollan en forma de espiral y se retroalimentan mutuamente en un proceso sin fin previsible:

PRIMERA: la violencia de las situaciones de injusticia. “Acercaos más al mundo de las injusticias...(. .) Veréis que en todas partes LAS INJUSTICIAS SON UNA VIOLENCIA. Y se puede decir, debemos decir, que LA INJUSTICIA ES LA PRIMERA DE TODAS LAS VIOLENCIAS, la violencia número uno”. (10) Porque “cuando se habla de la violencia no hay que olvidar que la violencia número uno, LA VIOLENCIA MADRE DE TODAS LAS VIOLENCIAS, nace de las injusticias. Se llama injusticia”. (11)

Considero importantes las precisiones de Monseñor Hélder Cámara aquí subrayadas, pues señalan con claridad y dónde está la fuente de la violencia en este mundo y dónde hay que buscar la primera responsabilidad por su existencias. Ellas hacen imposible condenar. Simultáneamente y con el mismo peso o énfasis, “todas las violencias, cualesquiera que sean y de dondequiera que venga”. Sin causar confusión y cometer a la vez, una injusticia que violenta la conciencia de los justos. Personalmente comparto las siguientes afirmaciones sobre este punto.

“No debemos colocar al mismo nivel la violencia de los ricos y de los poderosos, que se esfuerzan por mantener su dominación y defender el desorden establecido, y la violencia de los oprimidos que luchan por conquistar su dignidad y su libertad”. (12)

SEGUNDA: la violencia de las acciones de liberación. La violencias anterior “atrae a la violencia número dos: la revolución, o de los oprimidos, o de la juventud decidida a luchar por un mundo más justo y más humano”. (13) Es la reacción desesperada a la que acuden muchos cuando parecen cerrarse todos los caminos. Es importante dejar constancia que Monseñor Cámara está íntimamente convencido de que esta conducta “no es solución alguna, porque... conduce a la espiral de la violencia” (14), pero respeta a quienes siguen este camino. “No tengo ningún derecho a dudar de la lealtad de quienes comprometen su vida por esa solución”. (15) En otra ocasión, refiriéndose a este mismo punto dice: “Disiento en absoluto de los métodos que Camilo Torres y Che Guevara adoptaron y de los caminos que siguieron. Estoy persuadido de que los movía el deseo de liberación de las masas latinoamericanas y por eso les respeto”. (16) Reconoce, entonces, la buena intención que los anima, pero discrepa del camino escogido para tratar de hacerla realidad. En cambio, dice, “no respeto a los guerrilleros de salón que lanzan a otros a la lucha armada, pero en el momento de la acción desaparecen”. (17)

TERCERA: la violencia de las acciones de represión. “Cuando la contestación contra las injusticias llega a la calle, cuando la violencia número dos trata de hacer frente a la violencia número uno, las autoridades se creen en la obligación de salvar el orden público o de restablecerlo, aunque haya que emplear medios fuertes: de esta forma entra en escena la violencia número tres” (18), que en otra parte califica de “violencia fascista” (19). Añade también una consideración específica sobre la tortura: “Algunas veces las autoridades llegan más lejos, e incluso hay una tendencia en esta dirección: para conseguir informaciones, quizás decisivas para la seguridad pública, la lógica de la violencia conduce a utilizar torturas morales y físicas, como si las informaciones arrancadas con torturas morales y físicas, como si las informaciones arrancadas con torturas pudieran merecer la confianza más segura”. (20)


Descripción

Algunas consideraciones del filósofo Jorge Millas, recientemente fallecido, contribuyen a describir, más que a definir, algunos aspectos esenciales de la violencia. Millas denuncia las máscaras que procuran ocultar la fealdad de la violencia, naturalmente siempre en aras de algún valor que “trascendería” su negatividad, justificándola.

“Trascendida” la víctima, dice Millas, ella “no cuenta sino como obstáculo que se remueve, como cosa; más allá están los fines perseguidos, generalmente la destrucción de un orden social y, a veces también, la idea, utópica o no, de un orden nuevo”. (21)

Millas pone el acento en la víctima de la violencia. Para él, tanto en la violencia predicada por un Mussolini como en la sostenida por Che Guevara tienen un mismo “resultado ético” a saber: “el sufrimiento de ciertos hombres ya no cuentan para otros hombres, en circunstancias que estos últimos tienen el privilegio de elegir y definir”. Agrega que “en uno y otro caso confrontamos el hecho terrible de que en nombre de los valores que el propio hombre ha creado, el hombre concreto se convierte en algo que puede ‘transcenderse’. Así se comprende que hagamos política, poesía lírica y hasta metafísica de la violencia, como si las víctimas no existieran, o, existiendo, carecieran de importancia o, teniéndola, fueran sólo factores abstractos de abstractas ecuaciones históricas”. (22)

Denunciando lo que la violencia “es y hace”, Millas la define como “injuria física y moral a individuos y grupos de individuos humanos” (23). De esta manera “hay unos hombres que en virtud del ‘necesario’ sufrimiento que se les impone son convertidos en ‘medio’, en puro expediente de los fines admitidos por quienes ejercen la violencia”. (24) Millas señala que la filosofía de la violencia, contrariando la premisa de Kant según la cual “en sus relaciones recíprocas los hombres han de tratarse como fines y no como instrumentos”, sostiene el principio inverso: “unos hombres pueden y deben ser el medio para alcanzar los fines políticos de otros hombres”. (25)

Para una mayor profundización de este punto se recomienda vivamente la lectura y estudio detenido del ensayo de Millas aquí citado.


Argumentos contra la violencia

Hay más argumentos en contra de la violencia. Muchos de ellos dependen de las respectivas situaciones históricas en las que se plantee el problema.

Aparte de los que surgen de una crítica como la de Jorge Millas, hay algunos que se mencionan aquí de manera de simple ejemplo, dada la imposibilidad de agotar el tema:

- El que opta por la violencias se arriesga “incluso a hacer aumentar la violencia que queríamos combatir y a multiplicar a fin de cuentas los sufrimientos y las injusticias que queríamos combatir”. (26)

- En todo conflicto violento en que triunfa es el más fuerte y no necesariamente el más justo.

- La violencia es simplificante no pudiendo por eso mismo dar cuenta de la verdadera complejidad de la vida social y de las necesidades humanas. Empleada para satisfacer algunas de ellas, siempre excluye y, por cierto, reprime otras no menos importantes. Es este simplismo el que conduce siempre a los que la emplean a buscar la forma de ocultar ese defecto. Para ello recurren a las ideologías, que les entregan argumentos autorizándolos a emplear la violencia “trascendiendo” a sus víctimas.

- La violencia hace siempre víctimas inocentes. Es uno de sus aspectos más trágicos. Incluso la violencia ejercida como respuesta a la injusticia no está exenta de cometer la peor de todas las injusticias, consistente en afectar con su acción a seres inocentes, incluyendo a muchos por los cuales se ejerce la violencia.


Violencia, conflicto y agresividad

No cabe confundir estos conceptos. Si se eliminara la violencia no desaparecerían ni el conflicto ni la agresividad entre los seres humanos.

Müller observa que “nuestra primera relación con el otro es una relación de adversidad, de oposición, de enfrentamiento. No se trata de soñar, so pretexto de no-violencia, con una fraternidad universal que nos haría vivir en perfecta armonía los unos con los otros”. (27)

En el mundo mientras sea mundo habrá conflictos que resolver, lo cual no quiere decir que ello deba hacerse recurriendo a la violencia.

Para muchos por desgracia la solución violenta sería inevitable pues el ser humano tendería naturalmente a ella. Los psicólogos aportan aquí una luz fundamental. Según ellos, la agresividad la que es connatural a la persona humana y no necesariamente la violencia, que definen como agresividad destructora.

Müller aclara, una vez más, este punto:

“La agresividad es una potencias de combatividad, de afirmación de sí, que es constitutiva de mi propia personalidad. Sin agresividad, yo sería incapaz de asumir el conflicto que me opone el otro. Sin agresividad estaría constantemente huyendo frente a las amenazas del otro, sería prisionero de un temor que me impediría combatir a mi enemigo. Ese miedo está en cada uno de nosotros. Espontáneamente, nosotros tenemos miedo del otro y lo principal no consiste en rechazar ese sentimiento. Al contrario, se trata de tomar conciencia de su existencia y de asumirlo”. (28)

Este punto es esencial, porque el miedo puede inducir a los seres humanos a la huida o a la violencia.

“Dominar el miedo propio es, al mismo tiempo, dominar la agresividad propia, de suerte que se exprese por otros medios que los de la huida o los de la violencia destructiva. Mi agresividad se convierte entonces en un elemento fundamental de mi relación con el otro, relación que puede llegar a ser de justicia y de respeto y ya no más de dominación y alienación”. (29)

Para los que estudian este ángulo “la violencia o agresividad destructora, se realiza contra la integridad física y/o la identidad personal o cultural del otro, sea un individuo, grupo, pueblo o nación”. (30)


Violencia, lucha y fuerza

Dando un nuevo paso adelante, corresponde también considerar que los elementos lucha y fuerza también están presentes en toda relación humana sana y normal, sin implicar ello una presencia necesaria de la violencia.

“Es verdadero decir que la existencia es una lucha por la vida. Yo no podría hacer reconocer mis derechos y los de aquellos con los que soy solidario, sino entrando en lucha contra aquellos que los ofenden y violentan. Sería perfectamente ilusorio apostar sólo al diálogo para obtener justicia. No es falso decir que el diálogo es un medio para resolver el conflicto y que la lucha es un medio para ‘resolver’ (esto es, hacer posible) el diálogo. En efecto, la adversidad se caracteriza precisamente por la imposibilidad de diálogo: él no es jamás posible entre los opresores y los oprimidos. La función de la lucha consiste en crear las condiciones del diálogo, estableciendo una nueva correlación de fuerzas que obligue al otro a reconocerme como interlocutor necesario, cuando no válido”. (31)

Esto hace que la lucha sea una verdadera prueba de fuerza. Al llegarse a ella enfrenta el ser humano la necesidad de hacer la opción: si buscar la destrucción del otro y, eventualmente, su muerte, o si intentar un camino que le permita obtener lo que busca sin recurrir a ese camino.

Lo dicho muestra otra vez la existencia real de una diferencia entre la violencia y fuerza. Se trata de realidades vinculadas entre sí, pero no idénticas, puesto que la fuerza es también un componente de la no-violencia activa.

NOTAS

1 Arias, Gonzalo. Opción por la no-violencia, en José González Faus y otros. “Cristianos en una sociedad violenta” Santander 1980. p. 249.

2 Palabras iniciales del “Manifiesto por una alternativa no-violenta” (publicado en el anexo 3 de este trabajo), aprobado en Poitiers Francia, en 1974, por el Movimiento por una alternativa no-violenta (MAN)

3 Bose, Normal Kumar: “Gandhi, humanista y socialista”, en “Erich Fromm y otros: Humanismo Socialista”, Buenos 1966, pp. 116-123.

4 Müller, Jean-Marie: Significado de la no-violencia, MAN, Lyon 1980, traducción propia, p. 1.

5 Ibid., p. 1.

6 Citado por Lepeley, Joaquín: “La violencia y el cristiano”, en: Tierra Nueva Nº 1, p. 39.

7 Ibid., p. 39.

8 Ibid., p. 39.

9 Millas, Jorge: “Las Máscaras filosóficas de la violencia”, en: Jorge Millas y Edison Otero: “La violencia y sus máscaras”, Santiago 1978, p. 11.

10 Cámara, Hélder “Espiral de violencia” Salamanca 1978, p. 13.

11 Cf Entrevista a Hélder Cámara, en: Oriana Falacci, “Entrevista con la historia”, Barcelona-Madrid 1976, p. 369.

12 Op. Cit. Nota 1

13 Op. Cit. Nota 10, p. 19.

14 Tapia de Renedo, Benedicto: “Hélder Cámara y la justicia”, Salamanca 1981, p. 225.

15 Ibid., p. 225

16 Ibid., p. 226

17 Ibid., p. 226

18 Op. Cit. Nota 10, p. 23.

19 Op. Cit. Nota 11, p. 369.

20 Op. Cit. Nota 10, pp. 23-2

21 Op. Cit. Nota 9, pp. 35-36.

22 Ibid., p. 27.

23 Ibid., p. 28.

24 Ibid., pp. 28-29

25 Ibid., p. 29

26 Müller, Jean-Marie: “El Evangelio de la no-violencia”, Madrid-Barcelona 1973, p. 43.

27 Müller Jean –Marie: “Significado de la no-violencia” MAN 1980 Traducción propia, p. 2.

28 Ibid., p. 2.

29 Ibid., p. 2

30 Bada, José R. Y Betes, Luis G.: La sociedad violenta: lugares, formas y mecanismos sociológicos de la violencia, en: José I. González Faus y otros: “Cristianos en una sociedad violenta”, Santander 1980, p. 17.

31 Op. Cit, en Nota 27, p. 3.

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